¿Alguna vez dejaste de hacer algo que te gustaba? ¿Algún hobby para el que tenías un talento especial? ¿Algún libro que todavía sigue en la estantería con el marcapáginas, justo por el capítulo donde lo aparcaste? ¿Alguna manualidad que no salió como esperabas? ¿O tal vez algún deporte con el que creías que ibas a convertirte en una estrella de la tierra?

En estos años yo he dejado de hacer muchas cosas que me apasionaban, por tiempo, por cansancio o, simplemente, porque me convencí a mí misma que no valía para ello. Actividades que me encantaban y que llevaba aprendiéndolas desde que apenas tenía uso de razón, pasaron a un segundo plano cuando empecé a descubrir el mundo de los mayores, a llenar mi cabeza de pájaros que no volaban hacia ninguna dirección. Fue así como, de manera paulatina, comencé a olvidarme de todos aquellos fragmentos que habían conformado algunas partes de mi personalidad, el individuo que yo conocía hasta entonces. ¿Se puede decir, por tanto, que durante ese tiempo me olvidé de quién era? Más bien creo que intentaba descubrirme de otra forma que me alejara de todo aquello que conocía hasta el momento y que me era tan familiar, tan cotidiano, tan “aburrido”.

Es curioso como algo tan conocido, o que crees conocer a fondo, se olvida tan rápido. Me recuerda a la forma en que dos mejores amigos se vuelven unos completos extraños que apenas recuerdan el nombre del otro, el motivo que un día les llevó a denominarse así. Es frustrante darte cuenta de que ya no es lo mismo, de que te has vuelto un total inexperto en lo que antes dominabas de manera innata. Poco a poco y cada vez más, dejas de atreverte a seguir intentándolo, te vas dando por vencido en una reconquista cuya victoria es recuperar el territorio que antes conformaba las fronteras que separaban tu mente de la realidad. En tu interior todavía se mueve ese sentimiento de pertenencia, notas como las raíces de tus cimientos se contraen en un espasmo que no pasa desapercibido, sabes que todavía te apasiona. Es en ese instante cuando te das de bruces con la magnitud del problema, cuando ves de qué modo has traicionado a tu propio yo, el cómo has manchado la inocencia que bañaban sus sueños infantiles… ¿Merecerá la pena volver a intentarlo o es mejor dejarlo así, como algo que constituía a un yo anterior que ya no se identifica contigo?

Lo sé, da miedo volver a empezar, a reconstruir un castillo de arena que las olas habían destrozado con anterioridad, dejando tan solo la huella de rastrillo sobre su superficie terrosa. Pero es hora de aprender de nuevo, de ver lo lejos que puedes llegar esta vez, de recordar lo antiguo y evolucionar con lo novedoso, de construir algo mucho mejor.

¡Y eso es lo que me he propuesto! Desde hace bastante tiempo tengo ganas de retomar antiguos hobbies que había dejado atrás, en especial uno de ellos, y de aprender otros totalmente nuevos que creo que me pueden ayudar a complementar todo lo que se está moviendo dentro de mí. Todavía estoy mentalizándome porque, sinceramente, me da pánico volver a ponerme con él y tener que enfrentarme a la frustración inicial de ver todas las cosas que se me han olvidado o lo torpe que me he vuelto —aunque me da a mí que va a ser algo que se va a pasar tan rápido como un tirón de cera caliente—. No obstante, recuerdo la calma que me ha dado siempre y el modo en el que me ha llenado que me dan unas ganas enormes de dejarlo todo y dedicarme completamente a él.

¿Te atreves a adivinar qué me traigo entre manos? ¿Tienes algún hobby que te gustaría aprender de nuevo? En ese caso, ¿cuál es?

Leer otras de mis Reflexiones