Hay susurros que todavía me persiguen por los andenes que una vez nos lanzamos a explorar. Andenes que ya no tienen propietario ni destino, que han quedado enterrados bajo el polvo de sus estaciones. Sí, aquellas estaciones por las que un día caminaron tantos hombres, algunos que iban de paso y otros que volvían para quedarse.

Viejas huellas de pisadas ajenas vuelven a aparecer bajo sus polvorientas capas, aquellas que tanto me esforcé en ocultar y que tan caras me salieron. Están impresas con fuerza, como el quemazón de un hierro candente sobre la fragilidad de una piel que no acostumbra a sufrir… Todavía duelen.

Notas profundas y graves se escapan de trenes abandonados que jamás volverán a ser usados, componiendo la melodía principal de una banda sonora que resuena de fondo en el túnel de nuestro pasado y por el que ya nadie —ni si quiera turistas ni viajeros— ha vuelto a adentrarse.

Retumban con fuerza dentro de mí, con tanta intensidad, que las grietas que me dije haber cerrado se han vuelto abrir. Grietas que ya ni recordaba, que creí haber sellado con la fuerza del paso del tiempo y que, sin embargo, se han estado burlando de mi propio ego crédulo.

Tu seísmo ha vuelto arrancar recuerdos que creí haber dejado atrás, tomas eliminadas de una película que nunca se debió rodar. Has vuelto a proyectarte en sus paredes, dibujando rutas que ya no figuran en mis mapas y que creí abandonadas. De nuevo, has vuelto a saltarte todos mis stops y mis semáforos en rojo, y ahora vienes a toda velocidad a colisionar con mis últimos pedazos, restos de lo que una vez tu paso dejó impreso sobre mi cuerpo.

Oigo tu motor que se acerca, preso de un frenesí exacerbado, de una tracción que hace honor a tu fuerza animal. Noto tu vibración bajo mis pies, el temblor de un cuerpo esquizofrénico que lucha por aferrarse a sus últimas migajas de cordura.

Nuestra historia está llegando a su final, al último capítulo antes de quitar el marcapáginas y cerrar el libro de una vez por todas. No hay continuación, jamás volveré a caer en el mismo error. Me engañé tantas veces pensando que alguno de sus protagonistas cambiaría que ya he aprendido la lección, como un tonto tropezando una y otra vez con la misma piedra hasta que aprende a saltarla o lanzarla contra aquel que la puso en mitad de su camino.

Con que aquí estoy, en mitad del todo que una vez fue y de la nada que ahora es, en mitad de aquellas vías a las que solíamos hacer nuestras. Estoy lista para el impacto final, para el último fogonazo de luz antes de emprender el viaje a otra estación y descubrir nuevos andenes por los que pasear y nuevos trenes que manejar. A partir de ahora seré yo quien conquiste el territorio que gobierna sobre el mapa, sin brújulas ni inventos del hombre; mi cabeza viaja muy lejos, a velocidades nunca vistas y ya no existe ningún obstáculo que detenga mi marcha libre y feroz.

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