¡Por fin ha dejado de ser un quiero hacer y es un estoy haciendo!

Llevo años con la idea de abrirme un blog; bueno, más bien, se podría decir que llevo tiempo con las ganas de convertir mi inquietud, la escritura, en algo más que un hobbie con el que, de vez en cuando, me desahogo en un montón de cuadernos que tan solo ocupan una y otra balda de mi estantería sin llegar más allá.

Durante un montón de tiempo, he estado soñando despierta sin atreverme a hacer, pensando en ideas y proyectos que al final se quedaban en nada, en algo pasajero, viendo como otros se movían al mismo tiempo que yo seguía quieta, soñando y sin hacer, frustrada por ser incapaz de salir de ese estado de quietud permanente.

Ahora soy consciente de qué es lo que me frenaba para dar el gran paso: mi propio miedo. ¿Miedo a qué? Te preguntarás. Lo que más miedo me daba – y todavía me sigue dando –, precisamente, es escribir, a transformar mi sueño en algo auténtico y darme cuenta de que no valgo para ello.

Me da miedo escribir. Así, tal cual. Me aterra no ser lo suficientemente buena o, simplemente, no tener nada que decir. Igual sueno algo engreída o quijotesca, pero no quiero escribir sobre cosas vacías o que no dejen algún tipo de poso en quien las lea. Sinceramente, me preocupa el hecho de que apenas he vivido nada y que, por ende, no tengo nada de ese nada que enseñar a los demás. Quiero hablar de crudeza y de realidad y, sin embargo, he tenido una infancia feliz donde me lo han dado todo hecho en mi día a día. ¿De qué narices voy a hablar, entonces?

Me asusta este mundo que no llego a entender y, cada vez que estoy dispuesta a poner un pie dentro de él, en seguida lo aparto. ¿Por qué? A veces pienso que es porque, en el fondo, soy una cobarde que se queda viviendo de sus sueños, que dice que quiere ser escritora y ni si quiera se atreve a coger un papel y boli o abrir un Word en su ordenador. Aunque tampoco creo que este pensamiento llegue a ser del todo cierto.

De verdad, créeme cuando te digo que no sé si valgo para escribir. No sé si soy capaz de contar algo interesante, cuando mi vida no tiene nada de ello. No sé si puedo parir historias que valgan la pena y que emocionen a la gente, para bien o para mal. En serio, no creo que pueda y, menos aún, cuando veo a tanta gente que escribe y que cada día se mete en este mundo. Si es que, al final, todos acabamos hablando de lo mismo. Me creo una incomprendida que no sabe quién es, cuando la realidad es que hay otros tantos a los que les pasa lo mismo y están escribiendo sobre ello también.

Entonces, ¿qué hago? ¿Para qué tengo un blog de escritura cuando me asusta darle a cualquier tecla de mi ordenador?… Mmm, ¿sabes por qué? Porque me hace feliz.

Escribir llena los huecos que la realidad no consigue dominar. Por un momento, desconecto y me vuelvo un pensamiento que se funde con la tinta y el papel que mancha. Y, con cada palabra nueva que coloco en ese firmamento de frases y reflexiones que yo misma he tejido, me siento más completa y más feliz. Veo que, en realidad, sí que puedo y que todos esos pensamiento negativos son monstruos que tengo que vencer para poder cumplir un sueño que se llama escribir. Puede, incluso, que solo yo vea gigantes en un campo de molinos y que el trayecto no sea tan horrible ni tan dantesco como me lo imagino; puede que, incluso, el secreto esté tan solo en escribir y escribir, paso a paso hasta llegar a algún lugar donde pueda ser feliz y ya no haya más gigantes imaginarios.

Todavía estoy encontrando mi propia voz en este mundo. Créeme, no dejo de buscarla. Puede que me confunda una y otra vez, que me de deje llevar, en ocasiones, por la pereza o que me pierda en este camino tan largo; pero estoy allí, en alguna parte de este mundo tan grande, buscando mi propia voz, buscándome a mí misma.