El otro día, tras ver El secreto de Marrowbone, estuve reflexionando acerca de la importancia de la familia, ese pilar indispensable que tú creas – sí, porque al final la familia son las personas con las que uno elige compartir su vida – y que te va a acompañar tanto en tus buenos momentos como, especialmente, en los malos.

Para todo aquel que me conozca o haya hablado conmigo lo suficiente como para que les haya contado alguna anécdota de los dos monstruitos que tengo en casa, se habrá dado cuenta de que mi familia es un pilar indispensable en mi vida, gracias a ellos soy como soy y estoy aquí contigo.

Sin embargo, hoy vengo a hacer una reflexión de las dos personitas más importantes en mi vida: mis hermanos. Puede que al tratarlos de personitas, te imagines que son críos de dos o cinco años, cuando la realidad es que Javier tiene 16 años y parece mucho más mayor que yo, y Pablo ya tiene 11 años, vamos que casi está ya con un pie en la ESO y eso es algo que, por el momento, no quiero asimilar.

Creo que esto es una especie de maldición que algunos hermanos mayores arrastramos, por culpa de la cual nos vemos incapaces de decir adiós a nuestros antiguos compañeros de juegos y rivales en el campo de batalla. Por eso, hoy quiero escribir para todos ellos que tienen hermanos pequeños y les gustaría tener el superpoder de parar el tiempo y convertirlos en los Niños Perdidos del País de Nunca Jamás.

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Ojalá pudiera guardaros en un frasco de cristal, como al mensaje de auxilio de un náufrago en alta mar: ¡Atención! ¡Peligro! ¡No os hagáis mayores! ¡No abandonéis vuestro mundo de juegos! Sin embargo, eso supondría encerrar todos vuestros sueños y oportunidades; sería como atrapar a un barco dentro de una pequeña botella de vidrio, atándole todos sus cabos e impidiéndole descubrir todos aquellos lugares inexplorados para lo que estaba predestinado. Pero vaya, ojalá pudiera manteneros en esa pequeña burbuja de inocencia.

Desearía parar el tiempo en recuerdos que guardo como pequeños tesoros que nunca enterraré, y marcar con una “X” enorme todas vuestras alegrías e ilusiones, para que nadie ni nada os las robe nunca, ni si quiera yo. Tenéis tanto que dar en esta aventura de la vida que lo único que deseo es soplar muy fuerte las velas de vuestros barquitos para que lleguéis lo más lejos posible, aunque eso suponga tener que deciros adiós.

Tan solo sois unos pequeños marineros a los que aún les queda mucho por navegar y descubrir, pero, por favor, no queráis viajar demasiado deprisa, no quiero que os ahoguéis ni que os perdáis tan pronto por tierras vírgenes. Tened paciencia, la travesía es muy larga y todavía tenéis que aprender a leer el mapa y a manejar el timón. Lo admito, ojalá estuviese allí con vosotros para ayudaros y ser la hermana pesada que siempre soy, incapaz de entender que os estéis volviendo todo unos hombrecillos de alta mar. No puedo creer que ahora seáis vosotros quiénes vengáis a corregirme y a sorprenderme a mí.

No os preocupéis que, mientras estéis en busca de tesoros y aventuras, yo os estaré aquí esperando, deseando que llegue el momento de escuchar todas vuestras historias y aprender, así, un poquito más con vosotros. Nunca me cansaré de escucharos. Soy consciente de que aparecerán personas en vuestras vidas que se volverán vuestros confidentes, aliados en el campo de batalla y vuestros compañeros de viaje. No obstante, quiero que sepáis que siempre estaré aquí, esperando al otro lado de la orilla para escuchar todas aquellas heroicidades que hagáis y que me queráis contar. Tranquilos, no me chivaré a nadie.

Sin embargo, en este cuento, el tiempo es el peor de todos los villanos, un factor que juega en contra nuestra. Y, aunque nunca vayamos a poder manipular sus agujas o escapar y escondernos de él, lo que sí podemos hacer es disfrutar de cada uno de los granos de arena que nos regala para que estemos juntos, viviendo la mejor aventura de todas.

Sois mis mayores héroes y estoy deseando ver todas aquellas cosas maravillosas que os va a deparar el futuro. Pero, a pesar de eso, siento mucho deciros que, por más años que cumpláis, y por mucho más grandes y maduros que os hagáis, para mí seguiréis siendo mis hermanitos pequeños, aquellos con los que jugaba a ser piratas en un mundo de gigantes.