Después de 365 días de un gran trabajo de reconocimiento, de duro entrenamiento físico y preparación mental, de lesiones inesperadas y de alguna que otra distracción pasajera, el GRAN DÍA ha llegado: ¡la competición de los precios bajos del Black Friday ya está aquí!

Corredores a sus marcas. Comienza la cuenta atrás. La adrenalina y el sudor frío previos a la gran competición de los precios dominan los cuerpos de todos los presentes… ¿Preparados?… El silencio roba la voz del público, el cual contiene el aliento segundos previos al pistoletazo de salida. Todo el estadio espera impaciente, quemando neumático, atentos a esa mano alzada que va a cambiarlo todo. Se oyen pasos, ya vienen… Silencio. Sudor frío. Músculos en tensión… Preparados. Listos… ¡Ya!

Los dependientes abren las puertas del paraíso para aquellos cuyas tarjetas de crédito han comenzado a calentar motores desde hace días, esperando esta fecha tan señalada. Una manada de gente se abalanza contra las puertas medio abiertas de la tienda, acabándolas por abrir del todo. No hay tiempo para detenerse a mirar los adornos y luces navideñas. Aplastándose unos contra otros y pisándose los pies en un baile de pasos desordenados, siguen la letra de una misma canción susurrada por todos: compra, compra, compra… Tanta diversidad de gente de edades tan distintas; tantos colores de piel, de ojos y de pelo; tantos abrigos de colores más y menos llamativos, de bufandas y gorros; tantos pensamientos tan diferentes,… pero que tienen un mismo objetivo… Hacerse con los productos que tanto desean.

La gente corre, unos más rápidos y otros menos, pero dando lo mejor de sí, quieren llegar hasta el final. El reloj del tiempo se mueve rápido, muy rápido, mientras aquellos que ya han comprado lo que querían – incluso más – son sustituidos por otros que tienen más ganas de gastar aún. En esta carrera comercial no hay ningún precio fijo, no existe una cantidad límite, no se encuentran suficientes carros que llenar… ¿Dónde está el límite entonces?

Navidad, dulce Navidad… ¿Dónde quedó tu espíritu? ¿Es que acaso fue aplastado por unos precios rompedores y unos anuncios en televisión demasiado atractivos?