Hay susurros que todavía me persiguen por los andenes que una vez nos lanzamos a explorar. Andenes que ya no tienen propietario ni destino, que han quedado enterrados bajo el polvo de sus estaciones. Sí, aquellas estaciones por las que un día caminaron tantos hombres, algunos que iban de paso y otros que volvían para quedarse. Viejas huellas de pisadas ajenas vuelven a aparecer bajo sus polvorientas capas, aquellas que tanto me esforcé en ocultar y que tan caras me salieron. Están impresas con fuerza, como el quemazón de un hierro candente sobre la fragilidad de una piel que no acostumbra a sufrir… Todavía duelen. Notas profundas y graves se escapan de trenes abandonados que jamás volverán a ser usados, componiendo la melodía principal de …