– Voy a preguntarle al conductor qué es lo que ocurre. – Vale, genial. Eso, sí. Yo que tú le intentaría ponerle un bozal antes de hablarle, porque después de los ladridos que ha dado antes… –ni si quiera acabé de hablar que mi acompañante salió a toda prisa, haciendo caso omiso a mi estúpida broma. Le seguí con la mirada, incorporándome en cuanto mi pequeña altura me impidió vigilar su paso desgarbado. De rodillas y asomándome entre la fila de asientos, estuve pendiente de lo que ocurría en el morro del gran vehículo. – ¡Eh, tú! ¿Qué haces aquí de pie? ¡Ya te estás sentando! –ladró con una voz de mastín viejo. – Sí, pero perdone… – ¡Ni perdón ni hostias en vinagre! –le …