– Voy a preguntarle al conductor qué es lo que ocurre.
– Vale, genial. Eso, sí. Yo que tú le intentaría ponerle un bozal antes de hablarle, porque después de los ladridos que ha dado antes… –ni si quiera acabé de hablar que mi acompañante salió a toda prisa, haciendo caso omiso a mi estúpida broma.

Le seguí con la mirada, incorporándome en cuanto mi pequeña altura me impidió vigilar su paso desgarbado. De rodillas y asomándome entre la fila de asientos, estuve pendiente de lo que ocurría en el morro del gran vehículo.

– ¡Eh, tú! ¿Qué haces aquí de pie? ¡Ya te estás sentando! –ladró con una voz de mastín viejo.
– Sí, pero perdone…
– ¡Ni perdón ni hostias en vinagre! –le cortó.
– Es que me preguntaba si…
– ¡Te preguntabas si puedes cerrar la boca de una puta vez y sentar tu escuálido trasero en el maldito asiento! – los ladridos cada vez eran más fuertes. Lo más peculiar de toda la escena es que ninguno de los pasajeros se revolvía en su asiento a causa de los estruendosos gritos del mastín enfurecido.
¿HemospasadoyaporZaragoza? –preguntó del tirón, metiendo todas las letras posibles en un espacio reducido de tiempo que no se viera interrumpido por los ladridos profundos del conductor.
– ¿A ti qué te parece? ¿Es que acaso te faltó oxígeno al nacer o qué, chaval? ¿No ves que aún seguimos en la carretera? No te metas en mi trabajo… ¡Lárgate!

Sin atreverse a despedirse, mi compañero de asiento volvió a nuestra pequeña parcela, su cara lo decía todo.

– Imagino que nos has oído… –dijo mientras volvía a acomodarse en aquel asiento tan incómodo.
– ¿Quieres saber qué es lo más curioso? –le interrumpí rápidamente. Se quedó en silencio, mirándome expectante–. En ningún momento y con todo el ruido que habéis armado, nadie se ha movido de su asiento, es como si todos los pasajeros estuviesen bajo una especie de hechizo.
– ¿Pero, entonces, por qué estamos tú y yo despiertos? ¿Por qué somos los únicos, aparte del conductor, a los que no les ha afectado esa especie de “hechizo”? –la última palabra la remarcó con unas comillas imaginarias. Sus preguntas estaban llenas de escepticismo.
– No estoy diciendo que haya ningún hechizo real, ni nada que se le parezca. Lo único que digo es que, desde que me he despertado, tengo una sensación muy extraña, como si hubiese algo que no cuadrara.
– Bueno, ya le has oído, vamos a llegar en nada. Seguramente, seguirás aún con la cabeza embotada y estarás más susceptible. Mira, ya queda poco para que sean las 4:00 a.m., es normal que el resto de pasajeros estén profundamente dormidos, lo que no es normal, tal vez, es que sigamos tú y yo aquí de cháchara –dijo con cierto sarcasmo.
– Será eso… –sus últimas palabras fueron a hacerme daño y lo único que consiguieron fue que me reafirmara más en mis sospechas.

Nos quedamos en silencio. Yo me dedicaba a mirar por la ventanilla un paisaje que no se veía y él…, la verdad es que no se que hacía, ni me importaba lo más mínimo. Seguía con mi película en la cabeza, incapaz de entender qué es lo que pasaba. Igual exageraba, igual el tipo de al lado tenía razón y solo estaba susceptible después de mi breve sueño. No sé, no lograba ubicarme y eso me preocupaba. Sabía que teníamos que haber llegado hacía tiempo, que no estábamos dando un simple rodeo, nos dirigíamos hacia algún lugar desconocido, o eso me parecía a mí. Igual el conductor se había estado más de lo debido en la parada, igual se había confundido de carretera, igual lo que a mí me había parecido la Torre del Agua tan solo era otra torre parecida difuminada por la oscuridad de la noche, igual seguía soñando… No, seguía sin convencerme del todo.

– ¿Te has dormido? –su voz me despertó de mi estado de concentración.
– ¿Tú que crees? –apenas levanté la mía, no tenía ganas de hablar.
– Oye… Siento haberte contestado así –notaba la culpa en cada una de sus palabras.
– Mmm… ¿Así cómo? –dije con bastante indiferencia.
– Bueno, verás… Me ha puesto de mala hostia el conductor y la he pagado contigo. La verdad es que no tienes ninguna culpa y casi te puedo decir que me ha alegrado que me despertaras… Y mira que estaba soñando con un apocalipsis zombi donde era todo un asesino de muertos vivientes experimentado –no pude evitar reírme tras su comentario–. Creo que es el viaje de bus más extraño y entretenido que he tenido, si te soy sincero.

Me quedé mirándolo. Hablaba con tanta franqueza que se me hacía imposible seguir mal con él. Me alegraba haberle despertado, había tenido mucha suerte de encontrarme con él y no con otro pasajero tan malhumorado y maleducado como el hombre encargado de llevarnos a nuestro destino.

– Le doy toda la razón al caballero de mi derecha –le contesté con la voz de un corredor de apuestas. Ambos nos reímos.
– ¿Qué piensas hacer cuando lleguemos? –se puso serio.
– No tengo ni idea, lo más seguro es que me vaya a recuperar todas las horas que no he dormido en el autobús –le respondí con cierta sorna.
– ¡Pues que aburrimiento de persona! Yo pensaba alargar un poco más la noche e irme de fiesta –me guiñó un ojo.
– A este paso, cuando lleguemos ya tendrás todo cerrado –me burlé.
– ¿Eso crees? Que poco has salido entonces –dijo también burlón.

No sabía que responderle. Parecía más mayor que yo, seguro que lo era, y, sí, estaba claro que más experiencia que yo tenía… Opté por sonreírle y volver a mi puesto de control. Las luces naranjas se habían hecho más grandes.

– Eh, mira, ¡la estación! Pues, al final, parece que hemos llegado y todo, ¿eh? –ya estaba otra vez con el tonito burlón.
– Pues sí…
– ¡Tanta rayada para nada! –hablaba con una actitud despreocupada, pero ambos sabíamos que algo raro había pasado durante el trayecto.

Volví a girar la cabeza para mirar a través de la enorme ventana del autobús. Efectivamente, entre tanta oscuridad y punto naranja, ahí se encontraba la nueva estación, blanca y brillante, como si hubiese absorbido toda la luz del día y ahora se alimentara de su brillo. Poco a poco, nos acercábamos a ella y a sus enormes arcos que casi rozaban el cielo. Parecía que la oscuridad neblinosa iba difuminándose del paisaje a medida que nosotros avanzábamos hacia la estación. Las luces anaranjadas continuaban en su sitio y nosotros seguíamos sin poder distinguir el resto de formas que rodeaban al gran bloque. Todavía no estábamos dentro de la ciudad.

Enseguida, nos metimos en una rotonda –o eso parecía– y nos encaminamos, sin apenas terminar de recorrerla, por una de sus salidas. Al momento, nos hundimos entre pequeñas elevaciones de tierra que, por fin, extinguieron el reinado de las fantasmales luces naranjas. El autobús quedó sumergido bajo un manto de oscuridad. Sin embargo, inmediatamente, unas pequeñas bombillitas leds alumbraron tenuemente el pasillo, dejando todo bajo un haz de luz azul. Ningún pasajero pareció percatarse. No acababa de saber muy bien por dónde íbamos ni a cuánta distancia estábamos de la estación… De repente, el autobús empezó a acelerar y me pareció vislumbrar una especie de túnel al final del camino. Si al final todo iba a ser una pesadilla o ¿igual era alguna clase de metáfora vital antes de llegar a mi fin…?

La boca del túnel estaba cada vez más cerca; abría sus enormes fauces para recibir a su siguiente ración de pasajeros. De su interior, sobresalía un extraño brillo dorado. Miré a mi compañero. Se había puesto los cascos y estaba en modo zen, moviendo la cabeza de arriba abajo y tocando una batería invisible. Bueno, que fuera lo que tuviese que ser, el choque iba a ser inminente, su luz dorada ya nos alcanzaba.

Hail to the king, hail to the one. Kneel to the crown, stand in the sun. Hail to the kiiiiing –al parecer, había llegado al momento álgido de la canción y se había motivado tanto que ya las notas se le escapaban de los labios.

De sopetón, todas las luces del autobús se encendieron, cegándonos por un breve instante con su blanco fulgor, el cual se mezclaba con el del propio túnel. Miré por la ventanilla. Habíamos llegado a nuestro destino.

Continuará…

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