Una fina línea de gotas color escarlata se deslizaba por su blanquecina y suave piel, aquella piel que tantas veces había sido golpeada y maltratada por los entresijos del amor. Su mirada se perdía en un punto lejano de la pared de mármol blanco de calacatta, aquel que había elegido con las reformas de su nuevo hogar, con la ilusión de una recién casada dispuesta a cumplir su papel de buena mujer y complacer a su recién estrenado marido.

Olía a su champú favorito, al champú de lavanda que le había acompañado toda una vida. Sin embargo, aquel olor dulzón se mezclaba con el amargo y seco aroma de los Lucky Strike. Un cigarrillo a medio consumir asomaba por sus labios, con la marca de su único y valioso pintalabios rojo, un Chanel Rouge Coco 444. Con la boca abierta, aun parecía que estuviese disfrutando de esas últimas caladas.

Antes de sucumbir a esa oscura y tortuosa vida que, indirectamente, ella había elegido, había sido una mujer feliz o, al menos, ella lo creía así. Antes de todo aquello tenía una familia a la que visitar durante las vacaciones, un grupo de amigos con los que quedar después del trabajo y una buena copa de vino tinto que llevarse a la boca mientras leía una de sus novelas románticas favoritas, aquellas novelas que tantos pájaros absurdos y fantasiosos le habían metido en la cabeza.

Desde el primer momento en que le conoció, sus grandes y profundos ojos la absorbieron de una manera abrumadora. Toda su anterior vida ya no tenía sentido si no podía sumergirse en aquella inmensa profundidad negra que, con el transcurso de los años, se había convertido en un gran pozo oscuro del que se veía incapaz de salir.

Todo comenzó con una primera discusión de pareja. Ella ya ni siquiera recordaba el motivo de aquella ácida pelea. Con lo que sí se quedó, fue con aquel duro golpe que supusieron las palabras de su marido: <<¡Eres una zorra!>>. Sin embargo, por mucho que le doliesen aquellas palabras en ese instante, pronto las olvidó, tan solo bastó una rosa roja y la excitante promesa de pasar toda una noche entre las sábanas de un hotel a las afueras de la ciudad. Y, a pesar de que ya hubiesen sido olvidadas por la loca carrera de la cotidianeidad, supusieron el comienzo de una terrorífica historia de noches atrapadas entre las zarpas de un ser que había dejado de ser una persona o que, más bien, se había deshecho de su disfraz, para mostrar la verdadera naturaleza de un lobo movido por los celos y la rabia.

Vivía en una jaula de falsas apariencias, engañada por palabras llenas de esperanza. Hacía mucho que había perdido la llave, ya ni recordaba lo que había más allá de las paredes que le encerraban; ya ni sabía si sería capaz de vivir fuera de su jaula. Se odiaba a sí misma por no poder odiarle a él. Se sentía prisionera de sus decisiones, incapaz de pensar por su cuenta, de redirigir su destino y de robarle la llave a aquel que le había quitado todo. ¿Vida? Había olvidado lo que significaba, llevaba mucho tiempo marchitándose en silencio.

Antes de dejarse llevar por el dulce sueño de aquel que busca la paz, quiso despedirse de su tortuoso cuento dándole una última calada al cigarrillo de su marido. Sonrió amargamente. Después de tantos años, le había vencido. No se la iba a comer. Miró hacia el techo y, justo antes de irse del todo, las ya lejanas palabras de su madre resonaron en su cabeza: <<Ten cuidado con el lobo>>.

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