Nunca lo he dicho, pero una de las cosas que más feliz me hace y que más me ayuda a conocerme a mí misma y a quienes me acompañan es viajar. Por desgracia, mi economía particular todavía no me permite tachar todos los destinos que tengo pendientes en mi whishlist… Aun así, eso no supone un impedimento para aprovechar cualquier excusa y lanzarme a descubrir lugares que se alejan unos cuantos kilómetros de mi casa.

En este caso, hablo de redescubrir una ciudad que me maravilló desde el primer momento en el que pisé sus aceras infinitas y me vi rodeada por enormes edificios revestidos de una elegancia y un arte tan clásico y regio que solo lo porta Madrid. Sin embargo, en todas las ocasiones que he podido pasearme por él y disfrutar de sus lugares más y menos emblemáticos, lo que más me ha llamado y llegado son las personas que dan forma a esta ciudad.

Es toda una experiencia humana sentir cómo te arrastra su gente por calles tan anchas que lo único que eres es un salmón nadando a contracorriente, intentado salir a flote bajo una coreografía que para ellos es el pan de cada día. Ni hablar de hundirte en las entrañas de esta ciudad y moverte por sus vías subterráneas, topándote con personajes tan únicos y esperpénticos como a los que esta da cabida. También está lo de soportar largas filas multitudinarias para poder visitar los cuatro cuadros o monumentos más famosos y, al final, solo ver un montón de cogotes que miran hacia la misma dirección tú, como si se tratara solamente de un rebaño de cabras lleno de flashes de luz. Sí, al final en esta ciudad te sientes un poco cabra yendo a los mismos sitios que el resto, pero también reparas en que puedes conocerte a ti mismo de una manera que hasta el momento desconocías y que no tienes porque tener el mismo pelaje que el resto de amigos rumiantes; Madrid da cabida para construirte a ti mismo a través de su gente. Ya puede llover como hacer un sol brillante que, al final, vas a terminar empapándote de personas y de las historias que cargan a sus espaldas.

Durante los 3 días que he podido calarme de sus historias y gentes particulares, he estado observando y reflexionando, dejándome inspirar por ella y apuntando un montón de ideas. He descubierto una nueva faceta que debía de tener escondida hasta ahora y he visto el reflejo de la persona que un día me gustaría ser. No voy a mentir, también me he dejado llevar por las fantasías a las que me arrastraban sus calles, locales y líneas de metro. Me he pateado varios de sus barrios más famosos de arriba abajo (Moncloa, Atocha, Sol, Chueca, Paseo del Prado, Callao,…) y me he quedado con ganas de saber qué más esconde, hasta qué otros lugares podría llevarme. También me he dejado maravillar por sus museos y espectáculos nocturnos, combinaciones tan dispares como complementarias. El postureo no ha faltado y más de una foto en un Starbucks ha caído.

He oteado esta ciudad con calma, sin prisas y acechando desde la ventana del hotel lo que me podía deparar el nuevo día por sus bulevares. Creo que teníamos ganas de descubrirnos la una a la otra, ver cuánto habíamos cambiado desde el último adiós y la sorpresa ha sido enorme por ambas partes. Con sus calles y bares llenos de luces navideñas, su variedad de culturas y estilos de vida tan dispares, su lado turista y acogedor por las aceras más concurridas, pero frío y gris por sus cavernosos túneles de acero,… En fin, toda una aventura humana que te ayuda a saber quién eres y hasta dónde quieres llegar.

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En este post, he tenido la suerte de contar con una ilustración –o como a ella le encanta llamar: garabata–, de una persona muy especial y que es una fuente de talento e inspiración inagotable. Hace un tiempo recogí una blogbotella que me llegó en forma de comentario en mi blog y, desde entonces, no hemos parado de lanzarnos la una a la otra estos vidrios ciberespaciales.

Se hace llamar Te Cuento de Viajes y en su blog podréis encontrar un montón de estas preciosas garabatas que ella hace con tanto cariño, inspirándose en cada uno de sus viajes. Sin embargo, la historia no se queda aquí, ella es una viajera de lo más intrépida y estoy segura que en nada terminará por recorrerse todo el globo terráqueo para deleitarnos a los demás con sus aventuras y anécdotas por medio mundo.

Muchas gracias, Cristina, por este regalo.

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