Maldigo tus besos, cada palmo de mi piel que rozaste con tus labios, qué hiciste tuya con tus manos. Maldigo tus manos sobre mis mejillas, tan cálidas. Tus palabras dulces, sin mentiras ni promesas, pero dulces y tuyas, justo con el gancho perfecto para una soñadora atrapada en sus propios sueños. Me maldigo a mí, por no saberte decir no, por mi incapacidad de resistirme a lo nuevo y extraño. Me maldigo por morder la manzana y, de paso, hacerme tuya por el camino. Tuya no, miento, mía, más mía que nunca. Me expulsaste de mi paraíso y ahora sufro con cada piedra que piso. Fuera de mi jaula ya no sé quién soy. Ni si quiera me reconozco. ¿Realmente era yo todo este tiempo? …