Alma encharcada

Cómo decirte que cada vez me cuesta más todo, que el tiempo y este dolor que corre por mis venas me han vuelto más torpe y miedosa; que cada noche huyo de mi propia sombra solo por evitar cualquier tipo de compañía que se cuente con los dedos; que mis manos tiemblan por nada y que he olvidado cómo enhebrar la aguja que ata mi síno a este algo que no recuerdo cómo se llama.

Cómo decirte que cada día estoy más lejos y que ya ni sé qué suelo piso, si esto es tierra o mar…
A veces sueño con el océano, con su beso salado y la promesa que esconde su caricia violenta, la profundidad de su abrazo, el oscuro abismo que se interpone entre su piel y la mía, el milagro o el pecado de unir nuestros cuerpos en dulce desdicha. Yo ardo y solo pienso en llenarme de oleaje, de esa fuerza fuera de control que rompe a toda costa y erosiona la (epi)dermis hasta pulverizarla.

¿Seré ola o solo roca?

Cómo decirte que todo lo que cae en mis manos se escurre como el agua, que me he vuelto incapaz de agarrar nada por miedo a hacer que desaparezca… ¡Inútiles! ¡Estériles! Estas manos que destruyen todo lo que tocan, capaces de rasgar un alma en inaudible suspiro, un aborto silencioso sobre la superficie que borbotea sangre invisible.

Cómo decirte que este peso de no llevar nada, me ha hecho consciente de todo aquello que se me escapa, de cómo ahora oigo el ruido de mi cuerpo —un quejido que se asemeja al habla de una casa vieja— y tiemblo de frío, de todo lo que estuvo y expropiaron sin mi permiso, solo por el placer de abandonar lo que ya se nos queda pequeño. El cambio de armario de la primavera al invierno.

Cómo decirte que este cuerpo que se supone mío, ya no me pertenece, que nunca lo hizo, y que solo me acompaña…
Quién sabe hasta dónde.
Quién sabe durante cuánto.
Cuerpo que ni es regalo ni condición, solo un castigo, una limitación de lo nunca seré, un ancla a la mortalidad mal vivida, a la impermeabilidad de lo superficial, un espejismo en color que refleja aquello que deseamos ver. Pura ilusión. Pura enajenación. Un vacío rebosante de agua salada…
Cuerpo, carne.
Carne que, al final, solo pertenece al tiempo, a los granos de arena que

poco

a poco

la descomponen.

Cadáver viviente.

Cómo decirte que ya no recuerdo, que el propio recuerdo ha manipulado lo poco que sabía, que no tengo nada,
[nada] nada más que miedo, dolor y ganas de ahogarme.

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