Todavía no entiendo cómo pueden seguir saliendo tantas lágrimas de mis entrañas, ni la facilidad con la que me he acostumbrado a tener la cara mojada. Tu luz ha dejado de reflejarse en mis mareas y ahora sales a borbotones de mis venas. Te llevas cada gota del aire con el que me llenaste, me asfixias sin quererlo, mi vida, y ya sé que tú no quieres hacerlo, pero me he hundido tanto en este dolor que oprime que he perdido la capacidad de volver a salir a la superficie.

Desconocía que, en su transcurso por el espacio, el tiempo se parara para dejarte llorar, que un minuto pudiera pesarte tanto, hundirte tanto y atravesarte tanto. Desconocía que el reloj se te quedara mirando, inmóvil e indiferente, con las agujas apuntando a la herida abierta que nace en tu pecho… Ay, ya puedo notar como te abres camino a través de ella, como te sales por ella, por partes, en una agonía que nunca termina; siento que las lágrimas no se secan y que solo se frenan para volver salir de par en par, para quitarme definitivamente la visión de un mundo en el que tú ya no estás. Desconocía la forma que la mente tiene de traicionarnos, de sacar uno a uno cada uno de nuestros mejores recuerdos, incluso aquellos que creímos haber olvidado; desconocía su manera de enganchar uno con otro, de empacharte y atragantarte con la sombra de momentos anclados en el umbral de lo pasado. Desconocía como duele quebrarse por dentro, llegar a sentir que este ya no es tu cuerpo, que te has quedado atrapada en una cáscara resquebrajada y vacía, olvidando por completo lo que era la alegría. Sin embargo, lo que más desconocía de toda esta caída a mis infiernos es lo mucho que me destroza saber que ya no estás aquí, que te has ido, que te he dejado ir, que tú no te has resistido.

Siento como me abandonas, como intentas salir de mi cuerpo y, en tu marcha, te llevabas pedazos de mi carne; como tu ausencia y tu silencio hacen más ruido que nunca, sin dejarme oír si todavía hay algo de vida aquí adentro. ¿Por qué este convencimiento tan firme de que ya no vas a volver? ¿Por qué esta aterradora seguridad? Te ha sido tan fácil irte de mi lado, empezar a construir tu nueva vida, rodeado solamente de novedad, de cosas que no tienen ni el recuerdo tuyo y mío, ni de rincones que lleven escritos nuestros besos sin motivo, ni de la marca de unos labios impresos en una copa de vino —sí, de esas que encienden los instintos—, ni de la mano inocente que busca a su gemela paseando por la calle, la que se tropieza con ella en el fondo de un bote de unas palomitas que nunca han llegado a la primera parte, aquella que busca caricia para saciar su hambre.

Tú que tenías un talento único para llenar mi mundo de palabras, para sacar las más traviesas de mi boca y las más profundas de mi almohada, con tu ausencia has silenciado a cada una de ellas. Desconozco si han huido o solo se han escondido, pero ahora a lo único a lo que me dedico es a recordarlas, a intentar atrapar el máximo posible de expresiones que hiciste saltar en mi pecho y que ahora se escapan de mis dedos. Quiero guardarlas todas, como partes de lo que un día tú hiciste crecer en mí, un bombardeo a campo abierto de gerundios y participios que me enganchaban más y más a tus adjetivos tímidos y a tus hipérboles sin sentido… Sin embargo y a pesar de esta ausencia de palabras en mi labios, dudo si esta empresa que me está llevando a la ruina lleva la trágica e inocente intención de recordarnos o si, simplemente, todavía guarda la pequeña esperanza de recuperarnos.

Tú que siempre me lo has dado todo, que has sido el faro que iluminaba el camino por el que podía escapar de mis propias tempestades, te has apagado y con ese acto tan sencillo me has condenado. Yo que siempre he sido caos y descontrol, que no dejaba de amenazarte con mi falsa huida, ahora lo pago con el silencio inmóvil de tu calma, rodeada de sombras que me engañan y juegan conmigo, alumbradas por el lejano y tenue brillo de un rayo de luz que lleva tu nombre escrito. Tú que me hacías sentir la persona más grande en un mundo repleto de gigantes, que me alzabas a tus espaldas para que cambiara de perspectiva y alcanzara todas mis metas; tú que me mirabas y ya sabías cual iba a ser mi respuesta, que tenías conmigo la paciencia de un niño en un día de lluvia. Tú que ya no estás aquí para recogerme, para ayudarme a montar de nuevo todos mis pedazos, que me has dejado sola frente a un reflejo del espejo que apenas reconozco, ¿qué voy a hacer con todas estas partes que ya no me pertenecen? ¿Qué ser voy a crear con ellas cuando he perdido las instrucciones?

A ratos, en la oscuridad de esta noche, necesito volver a tenerte, gritarte lo mucho que te echo de menos, susurrarte cuanto deseo huir de este septiembre y volver a nuestras risas y miradas de siempre. Me mata esta espera, este remordimiento de conciencia, este motín de mis sentidos, esta revolución de mis latidos. Quiero volvernos a encontrar, dejar de poner distancias y olvidar que ya no flotamos por culpa de la gravedad. Pero me engaño, nos engaño, nos hacemos daño porque justamente esto era lo que necesitábamos.

Pienso tantas cosas a lo largo del día, siento tan poco a medida que se pasan las horas que me atan a esta pesadilla. Intento huir de esta tristeza ciega, olvidarla en conversaciones ajenas, en traguitos de cerveza, enganchándome a cualquier tipo de emoción que me pueda dar un rápido pero breve subidón. Pero este dolor se aferra tanto a mi ser, vive debajo de mi piel, y, por mucho que intente no pensar en él, cualquier momento es bueno para aparecer, para cogerme desprevenida con las lágrimas clavándose ya en mis costillas. Me las trago, las guardo para luego; ellas no lo entienden y me arañan por dentro, escarbando en mis paredes, buscando cualquier manera de volver a salir a flote, de castigarme por mi acto rebelde.

Estoy cayendo al vacío y no tengo donde agarrarme, tu recuerdo solo aviva la llama de una falsa escapatoria. Si no estás siento que me pierdo, que ya no me aguanto en este cuerpo endeble y hueco. Siento que me marchito, que me voy con todas las cosas buenas que trajiste contigo, que me confundo de línea y la atravieso, que corro a contracorriente para no ver el destino que dejamos atrás, el cual ya arde a lo lejos, como un reino que ha sido saqueado por la inmadurez de nuestros corazones.

En esta guerra, siento que mi acto más valiente ha sido dejarte ir aún sabiendo que, con ello, te lo ibas a llevar todo de mí. No me arrepiento, por una vez tenía que ser yo quien alzara la bandera blanca y frenara esta batalla. Te pido perdón, por haber sido incapaz de seguir, por haberle puesto fin, nuestra historia era la más bonitas de todas las que se contaban y míranos ahora, nos faltan las palabras. Tú has sido la estrella fugaz más brillante y bonita que ha pasado por mi breve vida, cumpliste todos los deseos que te susurré y ahora solo pido quedarme con algo de tu luz, con todo lo que iluminaste en tu corto recorrido y que ahora siento como mío. Siempre tendrás un hueco en cada uno de mis cielos.

Leer otras de mis Reflexiones