Maldigo tus besos,
cada palmo de mi piel
que rozaste con tus labios,
qué hiciste tuya con tus manos.
Maldigo tus manos sobre mis mejillas,
tan cálidas.
Tus palabras dulces,
sin mentiras ni promesas,
pero dulces y tuyas,
justo con el gancho perfecto
para una soñadora
atrapada en sus propios sueños.
Me maldigo a mí,
por no saberte decir no,
por mi incapacidad
de resistirme a lo nuevo y extraño.
Me maldigo por morder la manzana
y, de paso, hacerme tuya por el camino.
Tuya no, miento,
mía,
más mía que nunca.
Me expulsaste de mi paraíso
y ahora sufro con cada piedra que piso.
Fuera de mi jaula ya no sé quién soy.
Ni si quiera me reconozco.
¿Realmente era yo todo este tiempo?
¿O solo el reflejo de una ilusión
del sueño de una niña que se despertó
en un cuerpo de mujer?
Ahora dudo
y con cada duda más me alejo.
¿Por qué me has hecho esto?
¿Por qué me diste el primer beso?
Ya no pude resistirme al resto.
Ay, tus besos… son lo que más maldigo.
Suaves, tiernos y carnosos.
Llenos de una magia que me hechiza
y que hace que me pierda,
que me adentre en el bosque de lo desconocido.
No sé si estoy más cerca de la persona que soy
o más lejos de la persona que una vez fui
o pretendí ser.
Ya no sé quién es la auténtica,
la de verdad.
Creo que se marchó hace tiempo.
Te he querido a mi manera.
De una forma que antes no conocía.
Con cariño y sin resentimientos,
sin culpas y con amor,
un amor que nunca más volveré a dar
porque te lo has llevado todo.
Has arrasado conmigo
y me has quemado en tu camino.
Ahora me quedaré aquí.
Sola.
Sedienta de tus besos,
como el alcohólico que busca
curarse de cada uno de tus sorbos,
de tus tragos amargos
que me hacen cosquillas en el paladar.
No te echo la culpa,
solo te maldigo.
Por liberarme.
Por sembrar en mí
la semilla de la duda.
No sé quién de los dos es más culpable,
ni me importa.
Ahora solo estoy yo.
Ni nadie ni nada más.
Soy el gato que murió
por culpa de la curiosidad.