En aquel pueblo los rumores estaban a la orden del día, se podría decir que formaban tan parte del lugar como los propios habitantes. Se acumulaban como el polvo en las estancias de cada casa, volviéndose poco a poco parte de las historias populares que llenaban las conversaciones de sus vecinos. Siempre se repetían los mismos cuentos llenos de chismes y supersticiones y daba igual el lugar en donde apareciesen: en el pequeño y siempre vacío mercado, donde los comerciantes intentaban vender sus escasos y caducos productos; en la escuela, cada vez más llena de aulas sin niños y libros que se deshacían como el hojaldre; en las granjas que se habían quedado sin más animales que sacrificar o criar; en los campos secos y …