Podía sentir el agua del mar rozando mis pies desnudos, su ir y venir sin fin. Podía hundir mis dedos sobre la arena mojada, levantando pequeños bloques de arena compacta. El sonido de las olas ocupaba todo mi campo auditivo, era como llevar cascos conectados al dispositivo mar. Lo mejor era sentir el calor del sol bañando mi rostro, con ese calor único del atardecer de agosto, suave y tostado, delicado y dulce, como un amante cuidadoso. Me encantaba extender los brazos y sentir la brisa marina sobre mi piel, haciendo bailar mi vestido azul a su son, besando aquellas partes quemadas por el calor del sol, despeinando mi ya desordenada larga melena morena. Podía estar con los ojos cerrados y sentir todo eso, no …