Corría como nunca antes lo había hecho. A pasos de gigante intentaba alejarme de aquel horrible recuerdo. Mi respiración se entrecortaba con cada zancada que daba. No podía pararme. No, tras haber visto aquel charco de sangre bajando en sinuosas curvas espesas. No podía. El olor a metal me perseguía y podía llegar a notar su sabor oxidado en mi garganta, presa de aquel frío de comienzos de noviembre. No hacía mucho que me había mudado a aquel piso en pleno centro de la ciudad. Su propietario estaba desesperado por venderlo y, teniendo en cuenta mi precaria situación económica, resultó ser una ganga. A pesar de su bajo precio, resultó ser un piso fantástico y, aunque sus habitaciones no eran especialmente grandes, tenía dos plantas …