Cómo iba a saber yo que durante largo tiempo estuve bailando bajo los deseos de otros.
Cómo iba a saber yo que lo que creí libertad era tan solo el reflejo del espejo de mi pequeña prisión.
Cómo iba a saber yo que la celda en la que bailaba estaba en mi propio interior.
Negarse a ser, a aceptarse tal y como uno es, tal vez sea ese el gran problema. ¿O lo es el miedo a la decepción y traición que esa liberación de nuestro yo-real puede causar en aquellos que creen conocernos?
Pero, ¿cómo vas a conocerme si ni si quiera yo misma me conozco? ¿Cómo vas a saber cómo soy cuando vivo como un alma en constante cambio, en constante revolución, en constante duda? No soy la misma que ayer, eso ya lo sé. Cada tormenta que rompe la calma, cada explosión de metralla que estalla en plena batalla, cada abismo que se abre en mi sino, son la prueba irrefutable de que soy parte de esa especie de animales inmortales que mueren una y otra vez para volver a nacer, maldecidos por las leyes de la evolución y su selección natural, sobreviviendo a base de convertirse en fragmentos cada vez más pequeños de sí mismos.
Entonces, ¿estaba hasta ahora mintiendo a los demás? ¿Fingía, interpretando el papel de alguien que no soy yo? O, simplemente, ¿lo intentaba a base de convertirme en esa muñeca perfecta que baila la coreografía que se le ha pedido, protegida en su pequeño templo de la danza, dando vueltas sobre sí misma a cambio de sacrificar su minúscula libertad?
Ahora lo sé, sé que lo único que hacía era auto-negarme, reprimir aquellas partes que no encajaban con los pasos que había ensayado; incapaz de saltármelos por no romper la norma y decepcionar a aquellos que habían diseñado un baile al cual, en el fondo, nunca le había podido seguir el ritmo. Sin embargo, también sé que en ese baile hay partes esenciales de mí, pasos que lo quiera o no estarán siempre en los acordes de mi existencia, componiendo gran parte de su melodía vital.
Por eso, ahora no me niego, me acepto. Me acepto con todo, con cada uno de mis fragmentos, de mis extremos, de mis defectos y deseos. Me vivo tal y como soy, libre, sin temor a doler a los demás, a no cumplir sus expectativas, a no hacer lo que se espera de mí. Me descubro sin miedo ni prejuicio, indago en las profundidades de una persona que clama por conocerse, por comprenderse y llegar a perdonarse.
¿No soy yo un falso acorde
En la divina sinfonía,
Gracias a la voraz Ironía
Que me sacude y me muerde?
¡Ella está en mi garganta, la grita!
¡Es toda mi sangre, este veneno negro!
¡Yo soy el siniestro espejo
donde la furia se contempla!
¡Yo soy la herida y el cuchillo!
¡Yo soy la bofetada y la mejilla!
¡Yo soy los miembros y la rueda,
Y la víctima y el verdugo!
Yo soy de mí corazón el vampiro,
—Uno de esos grandes abandonados
A la risa eterna condenados,
¡Y que no pueden más sonreír!
Poema número 83 de Las flores del mal, Charles Baudelaire