Me hace gracia que la gente me diga que me olvide de ti, que ya has pasado, que lo nuestro ha terminado. Me hace gracia que la acción de olvidar a alguien que ha sido tan importante se resuma en palabras tan fáciles, tan sencillas de cumplir como una orden.
Ojalá fuese así de simple, de verdad. Tal y como Kate Winslet y Jim Carrey tratan de hacer en Eternal Sunshine of the Spotless Mind, borrar al uno del otro de su vida, como si nunca hubiesen pasado por ella, como si nunca se hubieran conocido y hecho de ellos un nosotros, sin llegar en ningún momento a trastocar sus complejas y solitarias existencias.
Aunque, si existiera esa máquina ¿realmente querría darle al botón de resetear y eliminarlo todo? ¿Borraría este sentimiento tan auténtico y sincero que pusiste en mí hace tiempo? ¿Te expulsaría así de mi memoria? ¿De verdad lo haría? ¿O, a caso, prefiero vivir con este dolor fruto de la certeza de que he sido la mujer más feliz gracias a ti?
Sin duda que me quedo con estas lágrimas afiladas que de vez en cuando aún aparecen para volver a mojarme la cara. Inesperadas, traidoras y reales. Pequeñas partes de mí que se derraman al recordar tu capacidad de paralizar el mundo con tan solo una de esas miradas que me regalabas, que lo decían todo sin tener que usar palabras, ojos que todavía me persiguen en esta senda incierta. Me guardo este dolor para mí, para convertirlo en semilla y que algún día brote de ella la flor más bonita. Que sea ella el fruto que tú y yo nunca tuvimos, que la guardemos en nuestra memoria y no la dejemos marchitar.
Me quedo con todos los planes que cumplimos y con todos esos que dejamos para el final, intentaré hacerlos realidad, aunque esta vez me toque hacerlo por mi cuenta. Viajaré a todos esos lugares a los que dijimos ir y, cuando esté allí, pensaré en ti, agradecida por haberme hecho soñar tan alto, por haber puesto estas metas en mi vida que ahora busco cumplir. Tal vez, me atreva a gritar tu nombre en uno de esos picos a los que suba, para probar suerte y ver si todavía tu corazón retumba cuando pronuncio tus siete letras, para comprobar si la distancia es tan grande o solo la han puesto nuestras mentes ignorantes.
Sin duda, me quedo con cada una de las balas que disparaste a mi alma inocente, mirando los huecos por los que salieron, tratando de meter el dedo para comprobar cuánto duele… Cuánto me dueles. Aún no me atrevo a curarlas; sería cerrar algo que todavía late caliente, crudo y pidiendo a gritos que alguien le salve. No estoy preparada para hacer cicatriz de tu herida, para pasar de largo por tus callejones sin salida, para rogarte que salgas de mi vida. Todavía estás y no quiero que te vayas. Lo sé, algún día te echaré, pero por ahora sigo pagando yo las facturas de tu alquiler.
Qué tonta y qué estúpida cuando digo que todavía te quiero, que siempre lo haré, que por más que pase el tiempo tú siempre estarás en mi pensamiento. Que la vida sigue, lo sé, sin ti, también; pero que soy una ladrona y antes de que te marcharas robé una parte de ti, la cual escondo dentro, muy dentro de mí. Y aquí la tengo, como una canica brillante que el niño encuentra feliz en la calle, que la guarda como una moneda de la suerte, el amuleto para enfrentarse al azar que solo existe en nuestros corazones.
Que sí, que lo sé, que no me hago ningún bien, pero, mi vida, existir sin ti tampoco me ayuda y este peso que arrastro es la única prueba de que un día fuiste real y me quisiste. Lo superaré, lo sé, y seguiré pensando en ti, también, pero con una sonrisa, con la certeza de que todavía te guardo, que tu yo y mi yo de entonces fueron inocentes y felices, que no se perdieron; que aquí pasan los años y tú y yo seguimos, por nuestro lado, pero unidos por ese fino hilo que cose el destino, sabiendo que una parte de nuestras vidas, la más tierna y dulce, la saboreamos juntos y que tu yo de ahora y mi yo de ahora no serían los mismos sin ello.