Acepto las cenizas de un rastro que tú intentas borrar, mientras beso las heridas que ya casi están por curar.

Lucho cada mañana por sonreírle a tu recuerdo, por seguir sin pensar en ti, teniéndote en mí, alejándome de la hoguera que hiciste arder en este paisaje gris, que poco a poco recupera el color, las ganas de dejar de huir y empezar a vivir.

Te libero mientras aprendo a cerrar estas cicatrices, las marcas de un pedazo de vida junto a ti, jugando a contar estrellas, a volar dejando(nos) todo atrás y seguir soñando con que vivimos en Nunca Jamás.

Te olvido en cada poro de piel que marcaste con tus caricias, con tus uñas y saliva, con tu tacto homicida. Ahora solo me toco yo, llegando a las zonas más profundas de mi ser, lugares recónditos llenos de nuevas promesas, el secreto de una desconocida que se abre ante mí, como fruta madura y prohibida, jugosa y desinhibida.

Me descubro y reconozco de nuevas maneras, con cierta timidez y ganas desbordadas. Me busco y me encuentro en las fronteras de mi carne; me aventuro a traspasarlas, a explorar las tierras vírgenes de este alma que dice que es mía y que yo soy suya; alma descubierta y cohibida, alma rota, alma sedienta, alma confundida e inquieta, alma inocente, inquebrantable, asustada, alma yerma, hueca, esperanzada,… alma completamente desalmada.

Y, mientras tú echas a correr en la loca y acelerada carrera del olvido, yo te acepto y aprendo a convivir con los restos de este nuestro naufragio, de aquello que fuimos y sentimos, únicos testigos de nuestro tierno suicidio. Recojo los fragmentos, haciendo un esfuerzo por comprendernos, por ordenar y limpiar todos nuestros desperfectos.

Astillas que todavía se me clavan, que traspasan el límite de la memoria, de esta orgía de emociones que se me retuercen y aprietan por dentro, en batalla agitada y corrompida, a fuego abierto por ver quien es la que domina a quien, quien es la que se alza victoriosa.

El recuerdo de una naufraga que vuelve a la superficie después de haberse perdido en la salitre promesa de ahogarse. Agarrada a una tabla en medio de un océano que se vacía, que se convierte en lava que quema y abrasa, que lo resuelve todo reduciéndolo a la nada; llueven cenizas que saben a amargas promesas que nos hicimos y que nunca cumplimos; sueños calcinados, burlados por la eterna sátira del tiempo…

Te dejo ir, sí, como quien abre una ventana y se deja mecer por la ráfaga de un viento nuevo que revoluciona y agita todo a su paso, moviendo los recuerdos de sitio, entrando por un cuerpo que quiere seguir respirando el aire frío, sintiendo la agridulce promesa de continuar aquí, viviendo, resistiendo, sin rendirse, dispuesto a abrirse más heridas, a cauterizar todos los golpes y sorpresas que le quiera dar la caprichosa y enigmática Vida.

 

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